Esa tarde de un día de perros
de Sidney Lumet (1975)
Tres pequeños criminales intentan un atraco en un banco de Brooklyn, pero pronto solo quedan dos y las cosas se complican enormemente.
Cita.
«𝘚𝘪𝘢𝘮𝘰 𝘳𝘦𝘥𝘶𝘤𝘪 𝘥𝘢𝘭 𝘝𝘪𝘦𝘵𝘯𝘢𝘮 𝘦 𝘱𝘦𝘳 𝘯𝘰𝘪 𝘢𝘮𝘮𝘢𝘻𝘻𝘢𝘳𝘦 𝘯𝘰𝘯 𝘷𝘶𝘰𝘭 𝘥𝘪𝘳𝘦 𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘏𝘢𝘪 𝘤𝘢𝘱𝘪𝘵𝘰 ?» (𝐒𝐨𝐧𝐧𝐲)
22 𝐀𝐆𝐎𝐒𝐓𝐎 1972.
No es solo un atraco.
Y no es solo la historia de Sonny y Sal.
Es mucho más.
Es un pretexto, una forma de dar voz al malestar existencial de una generación devastada por el conflicto en Vietnam que se encuentra adulta y aterradoramente desorientada y pobre.
Una generación que ya no cree en los proclamaciones políticas y en los medios de comunicación y quiere gritar su malestar pidiendo lo que le corresponde por derecho: una parte de bienestar, un propósito, un futuro.
Y entonces Sonny se convierte en un personaje símbolo que se posiciona en el centro de la escena con todos sus virtudes y defectos, tan verdadero y apasionado, de repente protagonista y listo para reivindicar su supervivencia a cualquier costo.
Consideraciones.
Sidney Lumet se inspira en un hecho noticioso y realiza una película que se inscribe con pleno mérito en la lista de los grandes clásicos.
Un título icónico, famosísimo, que forma parte del imaginario colectivo y que ganó un Oscar por el mejor guion original en 1976. Al Pacino es tan bueno como bonito de ver. Un actor de un talento monstruoso que aquí nos regala una de sus mejores interpretaciones y aporta al personaje de Sonny muchísimas matices que lo hacen extraordinariamente humano. Uno de los más grandes actores vivos.
Majestuoso, inalcanzable, absolutamente perfecto.
A su lado el nunca suficientemente llorado John Cazale: sus ojos negros y tristes, recorridos por un brillo constante que vale más que mil palabras y sus largos silencios interrumpidos por estallidos repentinos y nerviosos.
Otro actor extraordinario que lamentablemente nos dejó demasiado pronto.
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