Vivir y Morir en Los Ángeles

Vivir y Morir en Los Ángeles
de William Friedkin (1985)

Dos agentes federales, Chance y Vukovich, están tras la pista del peligroso criminal y falsificador Rick Masters.

Chance, en particular, está impulsado por un fuerte deseo de venganza, dado que Masters ha asesinado a un colega suyo que estaba próximo a la jubilación.

“Siempre me he preguntado cómo has podido estar con él todos estos años.”
“Y tú, ¿por qué trabajabas para él?”
“…eran solo negocios.”
(Bob Grimes & Bianca Torres)

El Poder del Dinero.

Todo gira en torno a esto y el “vivir” o “morir” del título es una consecuencia directa, tanto que no hay elección por parte del individuo.

El dinero se erige como el protagonista absoluto, como un actor que roba la escena y justifica el precio del boleto.

Se convierte en algo que pasa de mano en mano, se falsifica, se desea y se idolatra.

Es el gran titiritero que mueve los hilos, el rey indiscutido de la era consumista, quien gobierna el destino de todos los hombres y decide el rumbo de la sociedad en la que viven.

Y detrás, en el fondo, se vislumbra Los Ángeles.

Pero la imagen no se parece en nada a la de una postal.

No hay playas ni atardeceres sobre el océano.

Ningún escenario de ensueño, nada de remotamente deseable.

Por el contrario, se abren espacios amplios, polvorientos y desérticos, que se contraponen, de vez en cuando, a callejones estrechos y claustrofóbicos en los que los protagonistas parecen poder perderse en cualquier momento.

En primer plano se coloca, por tanto, el lado oscuro y desesperado de esta ciudad.

Se profundiza sin prestar demasiada atención a esa representación superficial que suele venderse al resto del mundo.

William Friedkin realiza un noir de importancia única.

Vivir y Morir en Los Ángeles, una de las películas más bellas de la década que, al lanzarse, fue recibida con frialdad, pero que con el tiempo logró la merecida fama de culto.

Un bombardeo incesante de sonidos e imágenes que no puede dejar de hipnotizar, acompañado de un ritmo frenético que quita el aliento y sorprende aún después de años.

Pero también es un ensayo sobre las dicotomías de la naturaleza humana que se representan de manera tan loca y ambigua que resultan indistinguibles.

¿Cuál es el límite entre legalidad y criminalidad? ¿Qué distingue lo falso de lo verdadero? ¿El arte de falsificar dinero es una habilidad que debe condenarse porque alimenta el crimen o un talento que permite enriquecerse?

Y, además, ¿podemos considerar realmente a Los Ángeles como la ciudad de los ángeles, o deberíamos hablar de un refugio de demonios arribistas obsesionados con la riqueza terrenal?

Estupenda, en este sentido, la secuencia inicial que nos muestra el proceso de fabricación de billetes falsos, presentado como algo absolutamente normal, una simple obra del artista Masters.

Pero los momentos de gran cine no se cuentan.

Pensemos, por ejemplo, en la increíble escena de persecución en sentido contrario que aún hoy maravilla y establece un referente, o en la secuencia del incendio “purificador” final.

Willem Dafoe, en ese momento aún no tan famoso, en el papel del villano de turno, ofrece una de las interpretaciones más intensas de su carrera.

William Petersen tiene una presencia física impresionante y logra ser nervioso, tenso y violento lo suficiente.
Incluso el debutante John Turturro no comete errores, mientras que el añorado Dean Stockwell representa la habitual garantía.

Una película fundamental, un concentrado de emociones y adrenalina en estado puro que ha sabido dar nueva luz a un género ya saturado.

Imprescindible.


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